8/6/17

Santi

... si sé mucho o no se nada
ya mañana se verá
y será lo que será

–José Feliciano


Santi me enseñó el jardín con esa curiosidad que los dioses tienen reservados a lo niños. Ellos son quienes perciben las cosas tal y como son y por eso señaló un árbol de tomates voladores que caían de un hilo. Después me llevó al fondo, hasta las plantas aromáticas resguardadas por un muro blanco, luego a unos arbustos en llamas “que no tenían fruto” y de los que, ocultos, despuntaban unas pequeñas vainas. Santi sabe.

Hará un par de días, sobre una servilleta en la mesa del comedor, empezó a diseñar una catapulta gigante. Quería unos neumáticos de coche para posar una maquinaria en la que quería lanzar lejos, muy lejos, algo. Aún no sabe qué. Tiene también preguntas maduras, como los tomates ya colorados que se descuelgan del árbol, y una actitud meditabunda. Cuando retumbaba el timbre, él salía corriendo de la casa y venía a abrir la puerta, con tres cerraduras, mientras le agarraba el morro al perro para que no se escabullera por la breve apertura. Santi es así.

Escribo desde Santiago (de Cali); estos dedos enfundados, esta cáscara que me cubre, se llama de algún modo Santiago puesto que Diego es una astilla de ese nombre. Pienso en Santi, de quien si estuviera en Concord y nevara y él saliera al jardín le fabricaría albarcas rudimentarias, como hacía él con sus sobrinos

Por cierto, G. estaba en Santiago (de Compostela) cuando alguien le chivó que debía de irse a vivir a Santander, cuyo patrono es Santiago. Ahora le acaba de nacer, sin previo aviso, Santiago, que es un poco de todos, como el cielo que nos acuna. Como que todos nos vamos ya encontrando.

Santi & Locky



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